En Cuba, hasta el tablon de anuncios personales ("vendo cachorros"; "busco compañera de habitación para alquilar") está prohibido. Les molesta la libertad de la gente buscando y ofreciendo cosas...
El papel estuvo poco tiempo pegado en un muro en la calle Tulipán: “Desbloqueo celulares” decía, y mostraba el número telefónico del sagaz técnico. Cada vez con más frecuencia, se ven anuncios proponiendo la venta de cachorros de perro, piezas de automóvil y ofertando los servicios de alguien que repara cocinas o pule los pisos de las casas. Han sido colocados por los más atrevidos de un mercado informal con servicios, canjes y ofertas, del que todos dependemos. Una corriente de negocios que carece de espacios legales donde divulgarse y, sin embargo, muestra su mercancía con tanta -o más- eficacia que el comercio oficial.
Esos cartelitos escritos a mano, me hacen evocar los centros laborales y de estudio –fuera de Cuba– en los que me fascinó el tablón de anuncios abarrotado de pedidos y ofrecimientos. Una “habitación barata”, “alguien que quiera comprar una laptop” o una excursión que necesita de “nuevos inscritos para costear el transporte”, eran algunos de los clasificados que vi colgados en ellos. Nada de eso puede leerse en los aburridos murales, llenos de consignas políticas, que aparecen en las universidades, fábricas o empresas cubanas. Los alumnos y trabajadores no están autorizados a tener un espacio físico donde pegar un pequeño papel pidiendo un libro, una pieza para un PC o un cuarto para rentar. Tampoco hay sitios así para el resto de la población, como no sean algunos programas radiales o canales locales, que destinan breves minutos a informar sobre permutas u objetos perdidos.
No permitir esos tablones de anuncios es, para mí, uno de los signos más visibles del control sobre toda forma –espontánea– de organizarse o interactuar los ciudadanos. Su ausencia resulta una verdadera pena, porque esas columnas o pizarras llenas de clasificados dinamizan una ciudad y le dan vida a sus escuelas, oficinas y comercios. Pero en lugar de eso, colocar un mínimo cartel de “vendo tal cosa” o “compro esta otra” sigue siendo aquí un acto de transgresión, una acción que debe hacerse en el clandestinaje de una noche, sobre un muro –en penumbras– mientras nadie nos ve.
. Les dejo algunas muestras virtuales de esos tablones de anuncios, que no podemos hacer en el mundo real: http://www.revolico.com y http://cu.clasificados.st
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