Una de las matrices que conforman el peronismo inicial es su componente fascista. Ambas etiquetas tienen un grado importante de “solapamiento”. Un buen fascista de los años cuarenta- en plena guerra -tranquilizando a sus amigos italianos respecto del carácter del reciente golpe del GOU, señalaba a Perón como “uno dei nostri”, según nos cuenta Pablo Giussani en su imprescindible “Montoneros, la soberbia armada”. El mismo Perón, en infinidad de entrevistas, alababa al fascismo, diciendo cosas como esta: “elegí cumplir mi misión en Italia porque allí se estaba produciendo un ensayo de un nuevo socialismo de carácter nacional. Hasta entonces, el socialismo había sido marxista, internacional, dogmático. En Italia, en cambio, el socialismo era sui generis italiano: el fascismo” (Entrevista con Tomas Eloy Martínez). Es famosa también su frase privada: ”Yo me propongo imitar a Mussolini en todo, menos en sus errores”.
Durante años la oposición a Perón, en especial la de izquierda, acusaba al peronismo de “nazifascismo”, y nadie se horrorizaba demasiado. Era obvia esta cercanía.
Pero después del 55 esa identidad o cercanía fue ignorada, como si fuera más bien una acusación infundada, solo útil para los “gorilas”. Las cosas se dieron vuelta de tal manera que Aramburu (aliadófilo, vasco antifranquista) para cualquier periodista promedio argentino, es “facho” y Perón,es poco menos que un Fidel Castro de las pampas. Absurdos que las ceremonias de la confusión que se celebran en el Peronismo ayudan a crear. “Gorila” como cuasi-sinónimo de “Nazi” es otra de esas ceremonias. Los Comandos Civiles radicales de Córdoba – estigmatizados hoy día como si fueran escuadrones de la muerte fascistas- surgieron a imitación de la Resistencia antifascista francesa.
Los años sesenta y setenta transformaron, mágicamente, al peronismo en un movimiento tercermundista, socialista, antiimperialista con solo algunos resabios retóricos de origen falangista, pero “nada preocupante”. Perón era un líder tercermundista como Nasser, Tito, Castro, Ben Bella o Mao, con limitaciones, pero al que había que acompañar, apoyar y – básico- al que se podría “influir” para que sus objetivos no se desviaran hacia el reformismo burgués y, en cambio, fueran una nueva “vía tercermundista” al Socialismo.
Al fin de cuentas, se podía transformar al Nacional Socialismo…en Socialismo Nacional. Un simple cambio de orden en las palabras.
De este modo se produjo una insólita transmutación: el peronismo pasaba de los arrabales de la derecha filofascista, al corazón de la Revolución antiimperialista y socialista.
Bajo este halo, nosotros, los que teníamos veinte años en los setenta nos hicimos peronistas.
No necesitábamos de mucho: un movimiento popular, ganador de toda elección libre, de base obrera, que había desestabilizado el sistema de poder durante quince años y que ahora se abrazaba con el movimiento de No alineados, con el Tercer Mundo en ebullición, no podía ser más tentador. Su “lado oscuro” (su base falangista y filo fascista, su furioso anticomunismo, la amistad política de Perón con Stroessner, Trujillo, Somoza, Perez Jiménez, Franco…), fue prolijamente borrado por las eficientes Cátedras Nacionales de Sociología, donde una generación entera de cuadros intelectuales recibía orientación ideológica básica. “ De cómo juntar en una misma bolsa al Che, a Evita, a Perón y a Kim il Sung y de cómo expulsar de esa bolsa a Franco, Stroessner o Mussolini”, así se llamaba la materia central de la carrera de Sociología en aquellos años. Hernández Arregui y Abelardo Ramos, nos explicaban el gorilismo de las izquierdas e instaban al nacimiento de una Izquierda Nacional, cercana al peronismo y lejos de cualquier componenda “gorila”.
Una carta falsa de Perón ante la muerte del Che- redactada por un agente de la KGB- (diciendo que “era el mejor de los nuestros”) le ponía digno broche a este casamiento de la izquierda revolucionaria con un movimiento tildado diez años atrás de “filofascista y burgués” por la izquierda argentina. Acusar en 1971 a Perón de fascista era como una broma de mal gusto que nadie en la izquierda de atrevía a hacer, a riesgo de ser acusado de gorila al servicio del Imperialismo.
Otras transformaciones hicieron posible el milagro de la transmutación.
-Había surgido un “ala izquierda” del Peronismo: el Peronismo Revolucionario antes aun del fenómeno montonero que aparecería varios años después. Los Peronistas Revolucionarios no eran jóvenes de clase media, católicos a la manera de los Firmenich, o marxistas mutados en nacionalistas, sino cuadros políticos formados en la Resistencia y atraídos luego por la Revolución Cubana. John William Cooke fue su referente principal, el primero que quiso unir lo útil con lo agradable, Peronismo y Socialismo a la cubana
- El Peronismo de la Resistencia había adoptado la vía armada y dejado una experiencia y una memoria insurreccional antes aun de la aventura castrista. La imagen de guerrilleros peronistas en los montes tucumanos cazaba perfectamente con la reciente mitificación del Che debida a su muerte boliviana.
- La Iglesia abandonaba las posturas conservadoras y surgía el movimiento de sacerdotes del Tercer Mundo. Había olvidado las vandálicas quemas del año 55 y exhibía su simpatía peronista desde la cúpula hasta los sacerdotes de las villas miseria
- La Patria, la Nación, otrora los valores básicos de la derecha aparecían ahora bajo otra luz: la consigna cubana “Patria o Muerte, Venceremos” revalorizaba el nacionalismo, ahora rebautizado Nacionalismo Revolucionario para diferenciarlo de sus variantes elitistas y católicas tradicionalistas.
- Por ultimo, el Sindicalismo había adquirido una dinámica propia, había negociado con sucesivos gobiernos y tenía una experiencia de poder directa y rica, que ponía ahora al servicio del Líder.
Todo se articulaba mágicamente: la generación de nacidos en los cincuenta, con padres antiperonistas y de izquierda, recuperaba los valores de Patria, Religión, Líder y Movimiento y entraba gozosa al Peronismo como la tercera Rama: la Rama Juvenil.
No sabía lo que le esperaba.
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Perón quiso recrear la experiencia fascista en Argentina, con las adaptaciones del caso. A diferencia de Mussolini- quien no podía ocultar su anticlericalismo de origen socialista- era perfectamente conciente de que la Iglesia debía ser – junto con el Ejército- pilar básico de su Régimen. Tampoco utilizaría el esquema de parlamento de las corporaciones, aunque alentaría desde el primer momento la organización centralizada de las categorías socioeconómicas: las Confederaciones Generales (del Trabajo, Económica, de Estudiantes, etc.) y la construcción de un Partido Único, para terminar con el estado deliberativo. La cárcel y la tortura para Cipriano Reyes, el gran gestor del 17 de octubre, fue el símbolo de la voluntad de cerrar cualquier atisbo de independencia.
Con una guerra europea casi perdida para el Eje, Perón obviamente no podía afirmar públicamente sus simpatías. Sabía sus limitaciones.
Se fue conformando así un movimiento basado en antiguos socialistas y radicales, viejos militantes sindicales y toda la intelectualidad de Forja, la verdadera novedad ideológica. Fue este grupo de ex radicales- antiimperialistas y neutralistas- el que aportó la idea fuerza básica del Peronismo: el “nacionalismo popular” que tanto espantaba a los clásicos nacionalistas católicos que habían acompañado a Uriburu en el treinta. Y que tanto confundiría a sus críticos de izquierda.
Forja aportaría la “picardía” popular, la irreverencia del tango, el tono patriótico pero alejado de la retórica cuartelera. Ante el gobierno militar que quiso “adecentar” las letras de tango, Perón supo aparecer como el hombre moderno que intercedió apara anular esa absurda orden. Perón le ponía una cara nueva al viejo sueño nacionalista y antiliberal que venía de la noche de los tiempos coloniales. Ese nacionalismo decadente encuentra en el “populismo” peronista una nueva vertiente que lo vivificaría.
Esa vibrante fuerza sindical y política que Perón comenzaba a conducir estaba lejos, sin embargo, de los acatamientos absolutos que supieron lograr Mussolini y Hitler.
Si bien arma su Partido Único, su maquinaria de control interno fue infinitamente más elemental y débil que las desarrolladas por las “grandes bestias” de Stalin, Hitler o Mussolini. El grado de brutalidad, violencia y coerción fue infinitamente menor. Puede hablarse de una treintena de casos graves de violación a los derechos humanos durante 1946-1955. Eso sucedía, en cualquier mañana de Hitler, entre la gimnasia matinal y su taza de té con strudl.
Por otra parte hay pruebas de que las veleidades falangistas de Perón - ya que el fascismo había muerto, quedaba Franco- no fueron acompañadas por el Partido Peronista con entusiasmo y quedaron reducidas al ámbito puramente diplomático. Los cuadros peronistas, quizás por su procedencia socialista o radical desconfiaban enormemente de Franco y simpatizaban poco y nada con el bando nacional. Perón tomó nota y calló. Pero llenó de falangistas la Facultad de Filosofía y Letras. Su “intelligentsia” se nutria de cuadros falangistas y otros directamente nazifascistas. ¿Donde estaban -uno se pregunta- los intelectuales “nacionales y populares” como Manzi, Discepolo o Marechal o los de Forja frente a este copamiento “facho”?
En suma: si las condiciones externas hubieran sido otras, Perón ni hubiera dudado en declarar públicamente su adhesión a la Internacional Fascista-falangista. Aun a pesar de la Guerra perdida, Perón no se resignó y siguió adherido al bando nacional español, aun contra los deseos reales de sus seguidores.
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Perón dejaba hacer. Todo servía. Mientras los Montoneros debutaban asesinando a Aramburu y las Juventudes Peronistas crecían en número, mientras las rencillas y navajazos entre Montoneros y la derecha de C. de O., Demetrios o Guardianes se extendían, mientras se asesinaba a sindicalistas “burócratas” , la Patria Socialista se iba imponiendo como proyecto hegemónico. Cámpora Presidente significaba la llegada al poder de los muchachos de la JP, de los Montoneros, de la Tendencia Revolucionaria del Peronismo: la Hora del Pueblo. El Mayor Alberte, una figura histórica de la izquierda peronista me dijo una vez: “La verdad es que los diez años de Perón no fueron TAN buenos, que estuvo lleno de errores, corrupciones y vicios. Pero hay que seguir regando el mito, para apuntalar la Revolución”.
Fidel Castro y Allende vinieron a la asunción de Cámpora en una puesta en escena del relanzamiento revolucionario latinoamericano, que no tardaría de prender en Uruguay y el resto la de la Región.
En este contexto, el Viejo decide volver a la Argentina: algo lo apuraba al extremo.
Dice el relato que en ese extraño vuelo, rodeado de la farándula peronista, viajaba un Perón decidido a “hacer tronar el escarmiento” a los “muchachos” de la Juveentud Peronista. La trampa que se armó en Ezeiza fue provocar a los Montoneros para ponerlos en evidencia. El Coronel Osinde, personaje fascista como pocos, fue el encargado de la Operación.
Ahí se nos murió la inocencia.
Transcribo algo que escribí en esos días.
“Podría decir “qué tiempos aquellos” pero mentiría. Aquel increíble día, el 20 de junio, algo se rompió dentro de cada uno. Ese día se acabó la joda, la alegría peronista y joven, las puteadas insolentes y frescas, incluso las trompadas y las broncas entre los grupos de activistas.
De ahí en más, la sangre se instaló como compañera.
Este cuento lo empecé ese invierno del 73 y quedó trunco, solo es un eco de la sorpresa, el asombro ante lo que no era explicable.
Por eso quedó trunco. Solo pudo reflejar lo que vivíamos hasta el 20 de junio.
Después, algo se rompió.
A dos años de eso, quizá ya podría terminar el relato. Pero, para qué.
Pasó tanto. En el Mundo, en Argentina, dentro mío. Cambió el lenguaje. Que quiere decir ahora “Viva Perón”? Que quiere decir ahora “Justicia Social, Soberanía Política, Libertad”?
Perón había mostrado su juego: de Socialismo, nada. De Revolución, nada. De Rama juvenil, nada. Todo era un absurdo malentendido: finalmente Perón era exactamente como me lo describía mi mamá: un dictador fascista de derecha, apoyado en un aparato de movilización de masas. Tan simple como eso. A nosotros, esos jóvenes neo-peronistas, que veníamos a recibir a “nuestro” líder tercer mundista, a “nuestro” Fidel, a “nuestro” Mao, la matanza de Ezeiza “nos rompió por dentro” como escribí en aquel momento. Nos hizo estallar todas las dudas que teníamos sobre la verdadera naturaleza de Perón y de su movimiento.
Lo que siguió fue la puesta en marcha del plan de aniquilamiento de la izquierda peronista que ejecutó la Triple A por orden del Líder y supervisión de López Rega y prosiguió, a partir de 1976, con la implacable fuerza del Estado, en el Proceso de Reorganización. "Puestos a enfrentar la violencia con la violencia, tenemos más medios posibles para aplastarla. Y lo haremos a cualquier precio, porque no estamos aquí de monigotes",dijo Perón en 1973, lanzando oficialmente la Triple A.
El sueño se transformó en pesadilla. El Perón fascista del que nos habían prevenido nuestros padres había obrado con total coherencia con su esencia nacionalista, militar, anticomunista y reaccionaria.
Hoy día nadie dice esto. Hoy día a Perón se lo glorifica en el Panteón de los Héroes. Se lo sigue evocando como líder popular progresista, antiimperialista, se sigue ahondando la brecha entre mito y realidad.
Todo es mucho más simple: leamos a Perón, es transparente y claro:
Iglesia-Estado
“Ahora bien- y a esta conclusión van encaminadas mis anteriores palabras- el hecho de que la Iglesia no tenga que entender en la gobernación del estado, es decir que mantenga la división de potestades, no significa que el estado tenga que prescindir de la Iglesia. Esa no prescindencia, esa obligación de sostener el culto católico y de que el Presidente pertenezca al culto católico, constituye unas de las mas encomiables previsiones de nuestra carta magna, porque quienes la sancionaron, pese al amplio criterio liberal en que se inspiraron y que se refleja en todas sus normas, no pudieron desconocer que la gobernación de los pueblos se ha de basar en normas de moral y que las normas de moral tienen su origen y fundamento en preceptos religiosos” (1948)
Conspiración judeo-masónica-comunista-capitalista
“Este desarrollo intenso de la política internacional, dentro y fuera de los países, ha impuesto la necesidad de crear los instrumentos para manejarla y así han surgido las Grandes Internacionales. El capitalismo y el comunismo soviético no son sino dos de ellas, aparentemente contrapuestas pero, en realidad de verdad, perfectamente unidas y coordinadas. Para comprobarlo, basta recordar 1939 cuando se aliaron para aniquilar a un tercero en discordia, representado entonces por Alemania e Italia. No es menos elocuente lo que sucedió en la Conferencia de Yalta en la que ambos imperialismos se ponen de acuerdo y coordinan sus futuras actividades de dominio y explotación. Pero es que todo tiende a internacionalizarse alrededor de ello, lo que, en último análisis, es el triunfo del internacionalismo comunista. La masonería, el sionismo, las sociedades internacionales de todo tipo, no son sino consecuencias de esa internacionalización del mundo actual. Son las fuerzas ocultas de la revolución como son las fuerzas ocultas del dominio imperialista”.(1968)
Las dos lineas
“Cuando en España desaparece Fernando VII para dar lugar a las Cortes de Cádiz que enfrentan a la dominación napoleónica, en el Virreinato del Río de La Plata desaparece también el poder virreinal, reemplazado por la “Primera Junta”. Es decir que de allí parten ya dos líneas históricas que han de acompañarnos en toda nuestra existencia: la primera hispánica y nacional, la segunda antinacional y anglosajona. “(1968)
Ley Universitaria
De su representación
Art. 84º. – Los estudiantes tendrán representación en los consejos directivos por intermedio de un delegado por cada escuela.
Art. 85º. – Entre los diez alumnos que hubieran obtenido las más altas calificaciones en el transcurso de su carrera y se encuentren cursando el último año, se sorteará al que ha de tener la representación estudiantil. Este cargo es irrenunciable, salvo causa justificada a juicio del consejo.
Art. 86º. – El delegado será convocado a las sesiones que celebre el consejo directivo. En dichas sesiones el delegado podrá expresar libremente el anhelo de sus representados, no teniendo voto en las decisiones que adopte el consejo.(1947)
Resumiendo.
La caricatura de un Perón Nazi-fascista asesinando inocentes fue funcional al proyecto neofascista real que él encarnó. Es absurdo intentar homologarlo a Hitler. Pero su adhesión a los postulados fascistas fue reconocida por él mismo, y no debería seguir habiendo dudas al respecto.
El problema para sus admiradores de izquierda, es que nunca los abandonó, ni aun en su final “socialista”. El fascismo no fue la “enfermedad infantil” del Peronismo sino parte constitutiva de su esencia y el escenario del triste final de la experiencia setentista.
Aun en una coyuntura internacional adversa mantuvo la brasa encendida de su adhesión a la Internacional Fascista, dándole apoyo al franquismo, abriendo las fronteras para los jerarcas nazis y llenando las facultades con intelectuales declaradamente falangistas.
Su fascismo originario cambió de terminología hacia los años sesenta, en los que Perón adoptó apresuradamente los lugares comunes del tercermundismo (colonialismo, liberación nacional, violencia de los arriba, imperialismo) pero sin abandonar la vieja teoría de la conspiración judeomasónica, socialista, capitalista.
Su fascismo originario se transformó en un poderosos brazo armado que desencadenó la masacre de Ezeiza y liquidó al ala izquierda con la Triple A inspirando al Proceso militar.
Los asombrados jóvenes izquierdo-peronistas del 73 vimos como Perón no solo no condenaba las matanzas sino que parecía alentarlas. Ya era tarde. La trampa de había cerrado.
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