La escuela austríaca de economía ha desplegado su análisis del mercado.
Hayek y, en especial, Bruno Leoni sobre el campo del Derecho. Buchanan sobre lo
que el denomina la elección pública, o sea las decisiones individuales
relacionadas a los bienes públicos.
En los tres casos, la unidad de análisis es el individuo: ni grupos ni organizaciones toman decisiones. Es lo que se denomina "individualismo metodológico". La decisión es un acto únicamente individual. La ciencia social debe tratar de modelar un marco teórico que explique este proceso.
La tradición científica historicista se basa, por el contrario, en suponer entidades metaindividuales que son las que tomarían decisiones: estados, pueblos, razas, clases. Otorgan a estas entidades capacidades antropomórficas, como si estas complejas instancias actuaran como un megaindividuo, como una sola persona. Así se pueden leer cosas como “la clase burguesa decidió apoyar al gobierno tal”. La clase burguesa nunca hizo tal cosa porque no existe como sujeto sino que es una etiqueta que intenta describir a individuos que comparten algunas características. Pero esos individuos no pueden ser considerados como unos autómatas que siempre “deciden” lo mismo, ante cada circunstancia. Se crean atajos para explicar que existe una clase-en-si con sus intereses claramente definidos y una “falsa conciencia”, que son las decisiones que los individuos de esa clase toman “en contra” de sus “verdaderos intereses”. Así, cuando la burguesía francesa se aleja de la Revolución y busca un gobierno de orden, estaría actuando con “falsa conciencia”, es decir, contra sus propios intereses “objetivos” de clase. De este modo se “explican” las contradicciones entre el relato historicista (La Revolución Francesa como la puesta en escena del plan de la burguesía) y la realidad (La Revolución Francesa impuso a los comerciantes un sistema de control de precios que los ahogaba y los condenaba en muchos casos a la guillotina).
La visión corporativista parte de la misma errada concepción de voluntades colectivas. Empresarios, Obreros y Estado negocian precios y salarios como si tres jugadores en la mesa decidieran por millones de comerciantes, obreros, consumidores.
Fascismo, socialismo y, en general, toda propuesta estatista necesita de pocos jugadores para obtener los objetivos que busca. Los electores pasan a ser clientes que votan bajo la indicación del caudillejo barrial de turno, los consumidores aceptan mansamente precios altos o mala calidad, los trabajadores aceptan los salarios fijados por sus burocracias, los empresarios dejan de preocuparse por mejorar su oferta, ya que sus cámaras han dispuesto un congelamiento de hecho de la actuales condiciones.
Es el reino de la política, o sea, el juego entre grandes y pocos actores que acuerdan, negocian, se amenazan, ceden, ganan o pierden posiciones.
Este desprecio del individuo- un simple “punto” que el politico pone en la mesa de negociación- a veces se demuestra tan errado como malicioso. Afortunadamente no todos los ciudadanos son clientes, no todos los trabajadores aceptan sumisamente los acuerdos, no todos los empresarios se comprometen a no tocar nada que afecte los acuerdos, no todos los jueces siguen las instrucciones del poder.
Volver a la complejidad de la decisión individual, de los hombres como fines y no como medios va a costar mucho, ya que respiramos esta cultura historicista que por izquierda o derecha nos convence de que no somos nada más que miembros pasivos de entidades metafísicas, de “megapersonas “que deciden por nosotros.
En los tres casos, la unidad de análisis es el individuo: ni grupos ni organizaciones toman decisiones. Es lo que se denomina "individualismo metodológico". La decisión es un acto únicamente individual. La ciencia social debe tratar de modelar un marco teórico que explique este proceso.
La tradición científica historicista se basa, por el contrario, en suponer entidades metaindividuales que son las que tomarían decisiones: estados, pueblos, razas, clases. Otorgan a estas entidades capacidades antropomórficas, como si estas complejas instancias actuaran como un megaindividuo, como una sola persona. Así se pueden leer cosas como “la clase burguesa decidió apoyar al gobierno tal”. La clase burguesa nunca hizo tal cosa porque no existe como sujeto sino que es una etiqueta que intenta describir a individuos que comparten algunas características. Pero esos individuos no pueden ser considerados como unos autómatas que siempre “deciden” lo mismo, ante cada circunstancia. Se crean atajos para explicar que existe una clase-en-si con sus intereses claramente definidos y una “falsa conciencia”, que son las decisiones que los individuos de esa clase toman “en contra” de sus “verdaderos intereses”. Así, cuando la burguesía francesa se aleja de la Revolución y busca un gobierno de orden, estaría actuando con “falsa conciencia”, es decir, contra sus propios intereses “objetivos” de clase. De este modo se “explican” las contradicciones entre el relato historicista (La Revolución Francesa como la puesta en escena del plan de la burguesía) y la realidad (La Revolución Francesa impuso a los comerciantes un sistema de control de precios que los ahogaba y los condenaba en muchos casos a la guillotina).
La visión corporativista parte de la misma errada concepción de voluntades colectivas. Empresarios, Obreros y Estado negocian precios y salarios como si tres jugadores en la mesa decidieran por millones de comerciantes, obreros, consumidores.
Fascismo, socialismo y, en general, toda propuesta estatista necesita de pocos jugadores para obtener los objetivos que busca. Los electores pasan a ser clientes que votan bajo la indicación del caudillejo barrial de turno, los consumidores aceptan mansamente precios altos o mala calidad, los trabajadores aceptan los salarios fijados por sus burocracias, los empresarios dejan de preocuparse por mejorar su oferta, ya que sus cámaras han dispuesto un congelamiento de hecho de la actuales condiciones.
Es el reino de la política, o sea, el juego entre grandes y pocos actores que acuerdan, negocian, se amenazan, ceden, ganan o pierden posiciones.
Este desprecio del individuo- un simple “punto” que el politico pone en la mesa de negociación- a veces se demuestra tan errado como malicioso. Afortunadamente no todos los ciudadanos son clientes, no todos los trabajadores aceptan sumisamente los acuerdos, no todos los empresarios se comprometen a no tocar nada que afecte los acuerdos, no todos los jueces siguen las instrucciones del poder.
Volver a la complejidad de la decisión individual, de los hombres como fines y no como medios va a costar mucho, ya que respiramos esta cultura historicista que por izquierda o derecha nos convence de que no somos nada más que miembros pasivos de entidades metafísicas, de “megapersonas “que deciden por nosotros.
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