Antes, para mí la vida era algo que sucedía entre dos cigarrillos.
Todas mis acciones, de alguna manera, estaban organizadas alrededor del acto de encender, al fin el cigarrillo reparador. Por ejemplo, me imaginaba mirando un partido por televisión con mi paquete de Marlboro acompañándome fielmente, listo para dejarme disfrutar más a fondo de ese gol de los nuestros, o de la angustia de una definición por penales.
Disfrutar más a fondo. Esa es -era- la promesa del fumar. Disfrutar la espera, la lectura, el café, el bar, disfrutarlo todo.
Ahora mi vida es una masa gris de hechos no conectados, sin contención alguna, sin posibilidad de disfrutarlos, revivirlos en cuanto finalizaron, a través del cigarrillo compañero, siempre listo en acudir al llamado, amigo fiel.
Lo difícil es acomodarse a una vida gris y amorfa, donde la rutina, la espera, las colas, se hacen más insoportables, casi totalmente insoportables. Como la vida que estamos construyendo es cada vez más un preámbulo a una supuesta vida de goce que sobrevendrá no se sabe cuando, el cigarrillo es la válvula, un atajo, que anticipa el goce final, ese que sobrevendrá cuando después de las obligaciones, el estudio, el trabajo, las relaciones publicas, las esperas, los interminables etcéteras que anteceden a la felicidad, lleguemos por fin a nuestro destino. Como eso no sucede, el cigarrillo es una porción de destino que nos anticipa, cada media hora, la felicidad que nos espera.
Ahora, sin cigarrillo, estoy solo frente a la rutina, frente a la sospecha de que no hay destino de felicidad detrás de todo esto, que tirar a la basura el último paquete fue, de algún modo, deshacerme de toda esperanza.
Me prometen, sin embargo, una vida mejor, sin cigarrillos. Podré respirar mejor, vivificaré las arterias y quizá consiga vivir unos años más. Lo que nadie me explica es como manejar la infelicidad que me acomete al perder esos mojones, esos indicadores de camino que son los cigarrillos. Lo que nadie me explica es porque necesité durante 35 años del tabaco y por qué ahora, mágicamente, no habré de necesitarlo más.
Pero, hay que ser fuerte. Disfrutar del caramelo mentolado, el chicle azucarado, de chupetines, pastillas y toda cosa que nuestra ansiedad oral utilice ahora para paliar esa ausencia. Está bien no queda otra, aguante...
Quizás el gran aprendizaje comience ahora: cómo otorgarle sentido a la vida, cómo disfrutar, como adaptarse a la pequeña rutina del abstemio, que cuida cada gramo de su vida del soplo de la tentación, que amarretea sus latidos, con tal de vivir unos meses más.
Habrá que reducirse a la condición de una especie de contador, que al fin del día contabiliza cuántas calorías le ahorró a su cuerpo, cuánto alquitrán evitó a sus pulmones, cuánta salud sumó a sus entrañas evitando la tentación de vivir: el goce de comer una porción de pizza, la alegría de descansar en un mullido sillón, la felicidad de mirar una pelicula mientras chupeteamos un chocolate, la espera del maravilloso cigarrillo que nos aguarda a la salida del cine...
2002
1 comentario:
Querido compañero de ruta, estoy pasando por el lugar que tan bien describís, te mando un fuerte abrazo igual al que yo necesito.
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