Por lo general, los progresistas y populistas elevan a la política
al trono de la sociedad, y los liberales ponen a la economía en ese lugar. Cada
uno tiene sus razones.
Para quienes creen que las instituciones son producto de un
designio humano, de un plan, para los que suponen que las leyes son órdenes a
cumplir esta claro que no hay ninguna esfera autónoma e independiente de lo político.
Ni comprar el pan está fuera de la política.
Para los que, por el contrario, creemos que las instituciones,
el lenguaje, la moneda, las normas básicas, el concepto del bien y el mal, la
justicia no son producto de un designio humano racional sino de una larga
evolución, un resultado de infinitas pruebas, con errores y aciertos, una
infraestructura no conciente que actúa para crear civilización, para humanizar
a la especie, para desarrollar la libertad, en fin, para los que creemos que
hay un “orden espontáneo” que es necesario respetar, la política es solo la
esfera que trata de lo público y que no debe interferir la esfera del individuo
o el grupo.
Los excesos de la política produjeron centenares de millones
de muertos en el siglo XX, no casualmente.
La consigna de los progresistas es “la historia la escriben
los que ganan”, es decir, no existe la verdad objetiva sino la verdad del
poder. Se trata, entonces, no de descubrir la verdad sino de hacerse con el
poder para inventarla. “Quien controla el pasado, controla el presente, y quien
controla el presente, controla el futuro” escribe Orwell en “1984” .
Sabemos que Hitler intentó demostrar científicamente la
superioridad de la raza aria desarrollando la teoría de que hace más de cien
mil años ésta se separó del resto de la especie humana, inferior, para lograr
la superioridad.
Stalin, en pleno delirio luego de la victoria contra los
nazis, recreó una supuesta “alma rusa”, autora de todos los inventos del siglo
XIX y XX, que luego Occidente robó. Ambos, no casualmente, acusaron a los
judíos de atentar contra el “ser nacional”, de ser “cosmopolitas”, no nacionalistas.
Perón hipertrofió la figura de San Martín – militar como él-
a fin de contrarrestar la influencia de los fundadores de la Argentina moderna,
los liberales Alberdi y Sarmiento. Chávez endiosó a Bolívar, como modo
indirecto de presentarse como su heredero.
O sea, que todas las dictaduras, de izquierda o derecha,
populistas o aristocratizantes reescriben la Historia . En ese sentido es
cierto que “la Historia la escriben los que ganan”. Solo que eso no es
Historia, es Mitología. Es el “Ministerio de la Vedad” que describe Orwell.
La “historia” así reescrita requiere actores colectivos (el
pueblo, la raza, la clase, la nación) con un designio único, manifiesto, que se
enfrenta a enemigos colectivos (el antipueblo, los capitalistas, el Imperio, los judíos) en
una lucha épica y secular.
Esos colectivos pasan por grandes períodos callados,
enfrentados sordamente a su Enemigo, hasta que aparece el Héroe, un semidios
que les insufla voluntad y los lleva a la victoria. El Líder (Conductor, Duce, Führer,
Conducator, Gran Timonel, Primer Trabajador, el Camarada) es una pieza
necesaria, imprescindible en este Relato.
Él conoce las claves, ha sabido interpretar el “sentido de
la Historia” y ese conocimiento único- como el de los faraones, que conocían
antes que nadie el régimen de inundaciones del Nilo, que garantizaba las
cosechas- lo torna imprescindible. Solo un pueblo guiado por un ser omnisciente
puede alcanzar la victoria.
Los liberales somos un tanto más modestos.
Sabemos, por Popper, que la Historia no tiene un “sentido”,
unas “leyes” inexorables que solo los grandes lideres saben descubrir.
Sabemos, por Mises que sí hay leyes universales, pero que no
explican la historia sino la Acción Humana, o sea una acción guiada por
objetivos, que evalúa costos y beneficios, que planea acciones a lo largo del
tiempo, y que fracasa o tiene éxito ya que no hay un libreto preestablecido. Si
fracasa, aprende. Y si tiene éxito, también.
Y sabemos por Hayek que la Civilización no es producto de un
Plan humano- ni divino- sino el despliegue de infinitas acciones que han ido
generando un fondo de normas, instituciones, reglas practicas, un conocimiento
disperso en millones de individuos, que ningún Estado es capaz de capturar. El
dinero (el “vil metal”) es el sistema de información sobre las preferencias de
los consumidores que guía a los productores. El “plan” se diluye en millones de
decisiones que los agentes económicos toman cada día y que son las que informan
al sistema para lograr su equilibrio.
Por eso los liberales hacemos énfasis en la economía. No
porque somos “materialistas”, despreocupados del espíritu humano, sino porque
el campo más claro y evidente donde se despliega la libertad- y su opuesto, la
coacción estatal- se juega cada día en los mercados. Los mercados son la arena
donde el estado hiperpolitizado intenta manejar la economía, o sea, disciplinar
al libre acción de los individuos para ponerla al servicio del Plan Histórico
del Líder. Es la “variable independiente” a dominar. Se puede hacer de manera
burda, como Lenin en 1917, prohibiendo bajo pena de muerte los intercambios,
requisando la producción agraria y logrando así cinco millones de muertos en
tres años. O se puede hacer de forma sutil, a través de un Estado Benefactor
que se hace cargo de la salud, la seguridad social, la educación, el sistema
monetario, la regulación, las “empresas estratégicas” y termina anulando la
libertad económica, minimizándola, ahogándola.
Por eso, los socialpopulistas y los liberales hablan idiomas
distintos. No hay una “tercera vía” que compatibilice libertad económica con
“igualdad” socialista. La política no puede reemplazar a la economía sin
costos, el Estado no puede invadir impunemente la esfera individual libre.