viernes, agosto 09, 2013

La gran mentira



Es mentira que el Estado democrático asegure una mejor vida a sus ciudadanos. Ningún estado- democrático o dictatorial- puede cumplir ese fin sencillamente por que el Estado es un organismo autónomo de la sociedad a la cual, con el pretexto de servirla, explota. Somos explotados, no por una clase capitalista ávida y codiciosa, sino por un Estado ávido y codicioso.
Un Estado que amablemente vela por nuestra seguridad, expoliándonos con impuestos e inflación. Viola nuestros ahorros y nos condena a jubilaciones de miseria. Viola nuestros ingresos, robándonos con impuestos de todo tipo, en especial la inflación. Con una moral de entrecasa, insiste en que los que más tienen deben darle a los que menos tienen. El Estado cobra peaje por esa transferencia de riqueza y se queda con la parte del león.
El Estado crea la ficcion democrática, mediante la cual una mayoría de 50%+1 se dedica a esquilmar a una minoría del 50%-1 de la población. Es la ficción de que el pueblo tiene la soberanía, cuando la soberanía la tiene el poder- ejecutivo y legislativo-. La soberanía parlamentaria se camufla en soberanía del pueblo para negociar leyes con los grupos de interés organizados, que obtienen así plusvalías, en un toma y daca que se lleva a cabo todos los días, bajo nuestras miradas. “Te doy ese permiso de importación si tus diputados me votan el impuesto al garbanzo”…
El Estado tiene como objetivo atomizar la sociedad, obtener ciudadanos desnudos de poder para avasallarlos sin obstáculos. Se hace dueño de la Educación Pública para generar sumisión. Destruye instituciones que podrían poner un freno a su dominio. Se hace dueño del seguro social, de la salud pública para generar la idea de que es imprescindible.
El enemigo de la libertad no es el partido tal o cual. El enemigo es un Estado salido de madre, no dedicado a su función originaria (cuidar nuestra seguridad, asegurar nuestra libertad) sino que como señala Anthony de Jasay , el Estado” restringe las horas de trabajo en la fábrica, establece normas de seguridad, proporciona señales de tráfico, faros y controles de tráfico aéreo, construye alcantarillas, inspecciona mataderos, obliga a los viajeros a vacunarse, dirige escuelas y obliga a los padres a hacer que sus hijos asistan a ellas, enseña a los campesinos a cultivar la tierra y a los escultores a esculpir, cambia una práctica, reforma costumbres, impone una pauta…”.

El Estado se hace, así, imprescindible. Y eterno.

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